Este artículo lo he leído en ars
technica, el cual me pareció interesante y he tratado de traducir de la
manera más fiel posible. Creo que merece
la pena.
El Evento Carrington
Se aproximaba el medio día del 1 de
Septiembre de 1859, y el astrónomo británico Richard Christopher Carrington
estaba ocupado con su pasatiempo favorito: rastrear manchas solares, esas enormes
regiones del sol oscurecidas por cambios en su campo magnético. Para ello proyectaba la imagen del Sol a través
de un dispositivo de visualización sobre una placa de vidrio teñida de un color
amarillo pálido, que resultaba en una imagen del Sol de apenas un pie (unos 30cm) de diámetro.
El trabajo de la mañana ocurrió
con normalidad. Carrington pacientemente contaba y clasificaba las manchas, midiendo
los tiempos en los cambios de sus posiciones con un cronómetro. Entonces vio algo inusual.
Dibujo de las manchas solares de Richard Carrington, 1859. Las manchas brillantes estan señaladas en A y B. |
“Dos manchas de luz blanca y muy brillante estallaron”, escribió más
tarde. Carrington se preguntó sobre los flashes. “Mi primera impresión fue que por
alguna casualidad, un rayo de luz hubiera penetrado por un agujero en la pantalla pegada al
objeto de vidrio” explicaba, y por tanto “el brillo era exactamente igual que
el de un rayo directo de luz solar”.
El astrónomo quiso comprobar su
teoría, moviendo un poco el equipo. Para su sorpresa, las manchas blancas permanecían
apareciendo. Dándose cuenta que era un “testigo sin conocimiento suficiente de
un hecho muy diferente”, Carrington salió de su estudio corriendo para buscar
un segundo observador. Pero cuando trajo a esa persona de vuelta, estuvo “avergonzado
de encontrar” que las secciones brillantes “habían cambiado mucho y se habían debilitado”.
“Poco tiempo después la última
traza había desaparecido” escribió Carrington. Siguió controlando esa región
durante una hora, pero no vio nada más.
Mientras tanto, la explosión energética que él había observado se precipitaba hacia él y hacia todos los
demás habitantes de la Tierra.
Mejor que las baterías
Golpeó deprisa. Doce horas después del descubrimiento de Carrington
y a un continente de distancia, “Estábamos en lo alto de las Montañas Rocosas
durmiendo al aire libre” escribió un corresponsal de The Rocky Mountain News. “Un
poco después de media noche, nos despertó la luz de la aurora, tan brillante que uno podría leer tinta
corriente”. Mientras el cielo se iluminaba más y más, algunos comenzaron a preparar el desayuno pensando equivocadamente que
se acercaba el amanecer.
A lo largo de Estados Unidos y
Europa, los operadores de telégrafos peleaban por mantener el servicio
funcionando mientras las ráfagas electromagnéticas envolvían el planeta. En
1859, el sistema de telégrafo americano cumplía alrededor de 20 años, y Cyrus
Field acababa de construir su cable transatlántico desde Newfoundland hasta Irlanda,
que no consiguió transmitir mensajes hasta la Guerra Civil Americana.
“Nunca en mi experiencia de
quince años trabajando en líneas de telégrafo había sido testigo de algo como
este extraordinario efecto de las auroras boreales entre Quebec y Farther Point
la última noche”, escribía un jefe de telegrafistas en Rochester Union &
Advertiser el 30 de Agosto:
La línea se encontraba prácticamente en
perfecto estado, y los operadores bien entrenados trabajaron sin descanso desde
las 8 de la anterior noche hasta la 1 de esta mañana para conseguir entender 400 palabras del informe de un barco de vapor
de la India para Associated Press, y a
última hora, los cables estaban tan afectados por la Aurora Boeral, que era
imposible comunicarse entre estaciones de telégrafo, por lo que la línea
tuvo que ser cerrada.
Pero la siguiente transcripción
recogida en el periódico de un par de operarios de telgrafo entre Portland y
Boston es aún más sorprendente; algunos valerosos telegrafistas improvisaron, dejando a la tormenta hacer el trabajo que
sus trastornadas baterías no podían completar:
Operador de Boston – “Por favor, desconecte
su batería completamente de la línea durante los próximos 15 minutos”
Operador de Portland –“En seguida. Ya está desconectada”
Boston – “La mía también, estamos trabajando con la corriente de la
aurora. ¿Cómo recibes mis mensajes?”
Portland –“Mejor que con nuestras baterías
conectadas. La corriente va y viene gradualmente.”
Boston –“Mi corriente es muy intensa a
veces, y podemos trabajar mejor sin baterías, la Aurora parece neutralizar y
aumentar nuestras baterías alternativamente, haciendo la corriente demasiado
fuerte para nuestros relés magnéticos.
Trabajemos sin las baterías durante un
tiempo, mientras estemos afectados por este problema”
Portland – “Muy bien, ¿debo continuar con
nuestros asuntos?”
Boston – “Sí, adelante.”
Telegrafistas alrededor de
Estados Unidos informaron sobre experiencias similares. “El cable trabajaba alrededor de dos horas sin las baterías habituales
gracias a la corriente de la aurora, funcionando mejor que con las baterías
conectadas”, mencionaban en el Washington Daily National Intelligencer. “¿Quién
puede ahora refutar la teoría de que las Auroras Boreales están causadas por la
electricidad?” se preguntaba el Washington Evening Star.
Sin embargo, trabajar con líneas de
telégrafo alimentadas por la corriente solar demostró ser arriesgado en algunas
ocasiones. Mientras el cielo se llenaba de luz, el telegrafista de la costa
este Frederic Royce peleaba por enviar sus mensajes a Richmond, Virginia,
mientras su mano descansaba en la placa de hierro de su equipo. Distraído con
los indicadores, dejó conectado el equipo “sonoro”, que indicaba por audio si
el circuito estaba conectado o no. Al mismo tiempo, su frente tocó el cable de
tierra.
“Inmediatamente, recibí una extremadamente intensa descarga eléctrica
que me dejó paralizado por un instante”, escribió Royce en el New York
Times. “Un hombre mayor que estaba sentado en frente mía, pero a unos pocos
pasos de distancia, dijo que vio una chispa de fuego saltar desde mi frente”.
La noche del descubrimiento de
Carrington, el huracán eléctrico que había barrido el planeta tuvo su momento
álgido. La Gran Tormenta de la Aurora en realidad había comenzado días antes
con un incidente similar el 28 de Agosto, pero fue Carrington y otro astrónomo,
Richard Hodgson, quien identificaron una de las erupciones solares que envolvió la Tierra en un remolino
magnético durante una semana . Por su trabajo, el episodio fue bautizado como
el “Evento Carrington” y mantuvo la atención del planeta durante una semana.
Una furiosa llamarada roja
En la ciudad de Nueva York, San
Francisco, Boston y Chicago, miles de mirones del cielo vagaban por las calles
a medianoche, asombrados de lo que podían observar. “Grupos de gente se reunían
en las esquinas, admirando y comentando el singular espectáculo celeste”,
observaba el New Orleans Daily Picayune. Cuando el 1 de Septiembre la aurora “estaba
en su máximo brillo, los cielos del norte estaban perfectamente iluminados”,
escribía un reportero del New York Times. Continuaba:
En ese momento casi todo el cielo del sur parecía
una furiosa llamarada roja, brillando al sudeste y sudoeste. Nubes de amarillo
y naranja estallaban y se cruzaban unas con otras, como bayonetas sobre una
pila de armas, en el espacio entre las constelaciones Aries, Tauro y la cabeza
de la medusa, unos 15 grados sur del zenit. De este modo, cambiando de forma, y
cambiando rápidamente de rojo a naranja, de naranja a amarillo, de amarillo a
blanco y vuelta de nuevo al brillante rojo, la magnificente gloria de la aurora
continuaba sus grandes e inexplicables movimientos hasta que la luz de la mañana
superó la potencia de la radiación, que desapareció entre los rayos del sol
naciente.
Descripciones populares del
espectáculo aparecieron por todas partes. Lo que reflejan la mayoría de estos
informes es el asombro, la sorpresa e incluso el placer que la gente
experimentó durante esa semana – seguido del gran impacto de darse cuenta de lo cerca que está nuestro
planeta de su indispensable estrella.
Un periodista del Cincinnati Daily
Commercial escribió:
Después, esas extrañas llamaradas cubrieron
el cielo por completo – separándose en nubes, reuniéndose en el zenit, y
formando un glorioso toldo- luego difuminándose como vapor, arrojando sobre
todas las cosas una suave radiación; de nuevo, a lo largo del cielo olas de luz
revoloteaban, como una onda casi indistinguible producida por una ráfaga de
brisa sobre un lago; un pálido verde cubría ahora la mitad del firmamento desde
el este, mientras el carmesí procedía del oeste
Y así ocurrió alrededor de todo
el planeta, el cielo era de un “rojo sangriento” escribió el New York Herald.
La tormenta produjo “un hermoso halo, y en otro período, tuvo un efecto como si
nubes de materia de nebulosa como polvo de estrellas cayera del zenit”,
escribía el Hobart Town Mercury desde Tasmania.
Algunos tomaron una aproximación
más pragmática:
Por muy extraño que pueda parecer, un hombre
ha matado tres pájaros con un arma ayer por la mañana alrededor de la 1 [de la
madrugada], una circunstancia que quizás no se haya dado nunca antes. Los
pájaros fueron cazados mientras la hermosa aurora boreal estaba en su momento
más álgido, y estas especies madrugadoras, fueron, sin lugar a dudas,
despistadas por la brillante apariencia que las rodeaba, saliendo inocentemente, pensando que era de día.
Una Golondrina
¿Qué pensaba la gente en 1859
sobre este espectáculo solar? Los científicos han estado observando las manchas
solares y otros fenómenos gracias al telescopio desde los días de Galileo. A lo
largo de la segunda mitad del siglo diecinueve empezaron desde cero en
relacionar los eventos solares con las tormentas geomagnéticas. Como el
historiador espacial R. A. Howard señala, estas discusiones continuaron durante
la década de 1940, y llevaron a la identificación de Eyecciones de Masa Coronal
(CME) – inmensas explosiones de masa y energía del campo magnético del Sol,
provocadas por la ruptura y reconstrucción de las líneas del campo magnético
solar. Instrumentos espaciales orbitando
alrededor del Sol fotografiaron CMEs en los años setenta - documentando la
expulsión de materia desde el Sol.
En los meses poco después del
incidente, periódicos y revistas científicas encontraron otras posibles causas.
Scientific American apuntaba a escombros cayendo de volcanes activos, el San
Francisco Herald teorizaba sobre “materia nebulosa” de “espacios planetarios”,
y el Harper’s Weekly lo justificaba como reflejos de lejanos icebergs.
En cuanto a Carrington,
modestamente advirtió contra “toda prisa de conectar” lo que él había visto con
los dramáticos eventos de la semana.
“Una golondrina no hace el verano”
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