Este es un relato que me he encontrado de Isaac Asimov, es parte de su autobiografía. Trata sobre qué es la inteligencia o más bien sobre qué considera la sociedad como inteligencia, y a traves de un gracioso ejemplo, demuestra que no por ser considerado inteligente has de serlo realmente.
Lo he traducido lo mejor que he podido, espero que os guste:
¿Qué es la inteligencia, de todos modos?
Cuando estaba en el ejército, hice los tests de capacidad intelectual que todo soldado debe hacer y, frente al valor normal promedio de 100, yo conseguí 160. Nadie en la base había visto nunca algo así, y durante dos horas se generó un gran alboroto entorno a mí.
(No quiso decir nada. Al día siguiente era todavía un soldado raso, encargado de la cocina como mi máxima responsabilidad)
Toda mi vida he estado logrando marcas como esta, así que tengo el complaciente sentimiento de que soy muy inteligente, y espero que el resto de personas piensen lo mismo.
En realidad, sin embargo, estos resultados simplemente significan que soy muy bueno respondiendo al tipo de preguntas académicas que son consideradas como respuestas interesantes por la gente que hace estos test de inteligencia - ¿gente con inclinaciones similares a las mías?
Por ejemplo, tenía un mecánico, el cual estimo que, en cualquiera de estos test de inteligencia, probablemente no hubiera obtenido una nota superior a 80. Siempre di por hecho que yo era mucho más inteligente que él.
Sin embargo, cuando algo iba mal en mi coche, me apresuraba a llevárselo; él observaba el coche detalladamente, y yo escuchaba sus diagnósticos como si fuera un oráculo divino - y siempre arreglaba mi coche.
Supongamos entonces que un mecánico elaborara las preguntas de un test de inteligencia. O supongamos que fuera un carpintero, o un granjero, o ciertamente, casicualquiera menos un académico. En cada uno de esos tests, el que podemos considerar un idiota hubiera demostrado que yo también soy un idiota.
En un mundo donde no pudiera usar mi entrenamiento académico y mis capacidades verbales pero tuviera que hacer algo dificil o complicado, trabajando con mis manos, lo haría realmente mal.
Mi inteligencia, por tanto, no es absoluta si no que depende en función de la sociedad en la que vivo y del hecho de que una pequeña parte de esta sociedad ha conseguido imponer al resto, nombrandose ellos mismos árbitros en este aspecto.
Volvamos a mi mecánico de nuevo. Tenía la costumbre de contarme bromas siempre que me veía.
Una vez levantó su cabeza de debajo del capó del coche y me dijo: "Doc, un tipo sordomudo fue a una ferretería a pedir clavos. Puso dos dedos juntando las yemas e hizo el gesto de mover el martillo con la otra mano".
"El tendero le trajo un martillo. El sordomudo meneó su cabeza de lado a lado, apuntado a los dos dedos que estaba martilleando. Entonces el tendero le entendió y le trajo los clavos. Cogió los del tamaño que quería y se fue."
"Bueno, Doc, el siguiente tipo que entra en la tienda es un hombre ciego. Este quiere unas tijeras... ¿Cómo piensas que las pidió?"
Complaciente, levanté mi mano derecha e hice el gesto de movimiento de tijeras con dos dedos.
Entonces mi mecánico se comenzó a reír jocosamente y me dijo, "¿Por qué, idiota?¡Él usó su voz y se las pidió al tendero!"
Luego me dijo, "He estado contando esta broma a todos mis clientes hoy", "¿Has cogido a muchos?" Pregunté. "Unos cuantos", contestó, "pero sabía que tú picarías".
"¿Y eso por qué?" Pregunté. "Porque tú eres tan malditamente educado, doc, que sabía que no podías ser muy inteligente"
Y tengo la incómoda sensación de que algo de razón tenía...
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